14 de diciembre de 2011

Informe de la expedición: 10- Desarrollo de la expedición (3)

3- Desarrollo del viaje hasta el campamento base (22 al 26 de julio)

El desplazamiento hasta ponerse en condiciones de iniciar la actividad en la montaña puede parecer sencillo una vez comprados los billetes y contratados los viajes. En parte lo es, pero un desplazamiento de 6.334 kilómetros y 900 metros en línea recta (distancia GPS desde nuestra casa hasta el campamento base) pasando por Madrid, Bruselas, Pekín y Urunqui (mucho más de 10.000 kilómetros de viaje) no es en realidad tan fácil y en él pueden incluso pasar cosas que hagan fracasar la expedición (y si no que se lo cuenten a Tito, del grupo de Javier Botella, al que perdieron definitivamente un petate y le impidieron ni siquiera poder intentar subir a la montaña).

Nos desplazamos en furgoneta desde Alboraya hasta Madrid donde llegamos a las 23 horas. En el viaje a Madrid hubo ya un primer susto cuando, en la puerta de casa, Miguel se pilló los dedos de la mano con la puerta de la furgoneta de Berta. Afortunadamente no era un cierre total (se quedó a medias) y gracias a eso todo quedó en una zona dolorida durante unos días. En realidad ahí podría haber terminado la expedición.

En Madrid nos reunimos con los integrantes de otro de los grupos con los que íbamos a compartir muchas cosas en la expedición (“el grupo de Coque”): Coque, Montse, Pep, Kim, Alfonso y Jaume. Pasamos la noche en el aeropuerto para coger de madrugada el vuelo a Bruselas. Desde allí, tras unas horas en su carísimo aeropuerto, cogimos el vuelo a Pekín.

En la capital china tuvimos que correr para el siguiente vuelo y además tres de nosotros luego tuvieron que quedarse a esperar al siguiente avión, porque había overbooking. Finalmente llegamos todos a Urunqui. Ésta es una ciudad de dos millones de habitantes, situada a 800 metros de altura, al borde del desierto. Hacía muchísimo calor y el hotel, bastante cutre por otra parte, estaba alejado del centro, por lo que nos tuvimos que limitar a un paseo por una zona moderna bastante desangelada. De todas formas en ese rato empezamos a conocer ya el tráfico y las multitudes de las ciudades chinas. La anécdota de la noche fue el continuo sonar del teléfono en las habitaciones. Al descolgar nos hablaban en chino y acabábamos colgando sin entender nada. Luego supimos que eran ofertas de “servicios” especiales, habituales en esos hoteles.

Por la mañana temprano nos trasladaron al aeropuerto y volamos sin incidencias hasta Kashgar, donde la primer incógnita importante se pudo dar por resuelta: había llegado todo el equipaje y además no habíamos tenido que pagar sobrepeso. Habíamos conseguido llegar a nuestro destino los 30 kilos de más que pesaban nuestros 12 petates (210 kilos en total). También había colado el equipaje de mano que en China no puede superar los 5 kilos y que a nosotros nos pesaba bastante más de 10, y además con un volumen superior al permitido. Sólo en el aeropuerto de Urunqui tuvimos que ponernos encima toda la ropa (que llevábamos preparada para ello en la mochila), y eso pese a la elevada temperatura existente. Fue todo un número los seis poniéndonos un pantalón largo sobre el corto, dos camisetas, un forro, un chaqueta, las botas... en medio del aeropuerto.

En Kashgar nos esperaban mister Kon, el dueño de la agencia local, y mister Lee, que iba ser la persona que estuviera con nosotros todo el tiempo a cargo del campamento base. Cargamos todo el equipaje (23 petates en total) en una camioneta, y en un pequeño autobús nos llevaron a la ciudad, donde en el hotel nos esperaban Javier, Bosco, Ignacio, Pablo y Tito (“el grupo de Javier”), que habían llegado un día antes. Ellos no habían tenido tanta suerte y un petate de Tito no había llegado (el petate en cuestión no apareció y Tito vio sus posibilidades de hacer cumbre prácticamente desaparecer antes de empezar; es de justicia reconocer que se lo tomó con un buen humor realmente extraordinario).

Al cabo de un par de horas, tras reorganizar el equipaje de mano, subimos en un autobús que nos debía llevar a la base de la montaña. Los bultos grandes se fueron en la camioneta directos al campamento base.

El viaje hasta el Muztagh Ata dura unas 4 horas por la llamada Karakorum Highway, una carretera construida por los chinos que cruza el Karakorum por el Khunjerab Pass, de 4.693 metros, para comunicar con el Pakistán. En el lado chino en general está bastante bien (en el paquistaní al parecer es bastante peor), aunque siempre hay zonas en obras. Cuando nosotros pasamos, las obras de un embalse hacían que uno de los trozos fuera más un paso por encima de una caballón de tierra en medio de un lago que una carretera. Allí la tierra era continuamente arrojada por camiones y aplanada por los propios vehículos que pasaban.

Comimos sobre la marcha, y salvo algunas paradas por distintas obras en la ruta y par de controles de policía, llegamos hasta el Kara Kul (de Kara=negro, Kul=lago) sin complicaciones. Los momentos en que a los lados de la ruta aparecían altas montañas de hielo ocasionaban agitación entre nosotros, y cuando divisamos la mole del Muztagh Ata tras el lago hubo comentarios, pero también expresivos silencios. Junto al lago hicimos apresuradamente unas fotos del espectacular paisaje, sin saber que a la postre nos “cansaríamos” de verlo.

Unos pocos kilómetros más allá del lago paramos delante de un puesto del ejército y mister Lee entró en el edificio con unos papeles sin dar explicaciones. El tiempo en el autobús se alargó, con calor, con mosquitos y con un conductor que jugaba incansablemente en el móvil a los marcianitos con un sonido repetitivo que acabó por ponernos bastante nerviosos. Llegaron unos austriacos que pararon para hacer el mismo trámite y al ratito se marcharon con todo resuelto. Mister Lee salía y decía que “ten minutes”, llegó mister Kon en la camioneta que bajaba después de llevar el equipaje al campamento base, también entró, salió y se marchó, y tras más de 4 horas de espera llegamos a la conclusión de que había algún problema de papeles que no se iba a resolver por el momento. Nos costó un montón conseguir que mister Lee hiciera algo y finalmente retrocedimos hasta el lago donde conseguimos que nos alojara en el Lake Kara Kul Resort (¡qué optimismo!). Estaba claro que había un problema y también que su resolución debía esperar al día siguiente. El tema fastidiaba y era incómodo pues casi no teníamos nada (todo estaba en los petates en el campo base), pero como el lago está a más de 3.600 metros de altura, de todas formas la estancia nos servía para ir aclimatando de una forma más progresiva. Cenamos en el hotel, con un primer contacto con los palillos, la comida picante y la carne escasa, pero el paisaje era absolutamente espléndido y la puesta del sol iluminando la mole helada del Muztagh Ata elevándose cuatro kilómetros sobre el agua provocó una orgía de disparos fotográficos. Dormimos en las habitaciones del resort: dos yurtas (tiendas típicas de los habitantes kirguises de la zona), algo polvorientas pero cómodas.

Por la mañana a duras penas conseguimos que mister Lee nos dijera que el papel necesario venía desde Kashgar y que tardaría aún un tiempo en llegar. Largas horas de espera, paseos, fotos, charla y cervezas... A media mañana conseguimos que nos dijera que al parecer la carretera estaba cortada por un desprendimiento (efectivamente apenas pasan coches), a medio día las noticias eran que ya se había abierto (y efectivamente empezaron a pasar algunos vehículos). A media tarde finalmente apareció el autobús. Y ¡oh sorpresa!, no va vacío: habían aprovechado para subir a otro grupo (unos checos que iban a hacer un trekking). Y ¡oh más sorpresa!, se detuvo un momento, nos dio unas botellas de agua y algo de comida y ¡se marchó! Cabreo, gritos a mister Lee, que nos dice que va a dejar a los otros y vuelve... protestas, que eso no puede ser, que nosotros llevamos 24 horas esperando y queremos llegar ese mismo día al campamento base.... Finalmente, al parecer consiguió llamar al conductor y que éste diera la vuelta, volviendo a recoger nos a todos. Nuevamente paramos delante del puesto militar, pero esta vez el trámite fue rápido y a las siete de la tarde llegamos a Subax donde nos dejó el autobús. Subax es una aldea junto a la carretera, a 3.725 metros de altura, desde donde sale la pista de tierra que lleva al campamento base.

VOLVER AL DESARROLLO DE LA EXPEDICION

VOLVER AL INDICE DEL INFORME

No hay comentarios:

Publicar un comentario