Saludos gozosos desde nuestro
campamento, hoy viernes 5 de diciembre. Son las once de la mañana.
Podríamos decir que hemos alcanzado
todos los objetivos importantes que teníamos al venir aquí: en
primerísimo lugar estamos los cuatro de vuelta al campamento base en
un estado físico perfecto, en segundo lugar hemos disfrutado un
montón de una experiencia que sin duda ha aportado algo importante a
nosotros mismos, y finalmente hemos alcanzado la cumbre. Creo que es
todo un éxito.
Tras el largo proceso de conquista de
la montaña, desde cuando empezamos a a cortejarla en Valencia al
pensar en en la posibilidad de venir aquí y cuando fuimos
entrenándonos y planificando todo lo necesario, la logística, la
táctica..., hasta cuando llegamos hasta el campamento base y
comenzamos el proceso de explorarla, de conocerla, de ir equipándola,
todo mientras nos íbamos aclimatando a la altura y a sus duras
condiciones, hemos pretendido ir haciéndonos dignos de subir a su
cumbre. Pero una vez en ese punto el resto ya no dependía de
nosotros. Pero el Aconcagua nos invitó a subir, y abrió la puerta
ofreciéndonos cuatro días excelentes en los que la meteorología
fue clemente. Colocados en ese punto, subir o no era sólo cosa de
nuestra fuerza, de nuestra motivación, de nuestra técnica... Fue
muy duro, pero finalmente pudimos aceptar la invitación y demostrar
que éramos dignos de la montaña.
El lunes, como habíamos pensado,
salimos del campamento base (4.400 metros) y subimos con poco peso
hasta nuestro campamento 1, en Plaza Canadá.
Subiendo desde Plaza de Mulas a Plaza Canadá
El ritmo fue muy lento,
pues, al igual que al empezar a correr en Alquézar la Ultratrail
hace un par de meses, mi obsesión era preservar fuerzas. El tiempo
era excelente, despejado y con poco viento, aunque frío (al
desayunar estábamos en el domo a 16 grados bajo cero). Llegamos
bien, y desmontamos una tienda y recogimos todo lo que teníamos allí
que necesitábamos para los campamentos superiores. También en ese
punto nos pusimos las botas de cumbre y dejamos el material de
trekking. Con ello las mochilas subieron bruscamente hasta
prácticamente 20 kilos, y con ese más que respetable peso
continuamos subiendo paso a paso.
Desmontando el campamento de Plaza Canadá
La subida hasta Nido de Cóndores
(campamento 2, 5.550 metros) fue pesada, pero adaptando el ritmo al
máximo, la completamos en poco menos de tres horas.
Subiendo desde Plaza Canadá a Nido de Cóndores
Nido de Cóndores
es una ladera en suave pendiente entre el Cerro Manso y los
contrafuertes al noroeste del Aconcagua, y allí la policía de
montaña de Mendoza suele realizar un último control de los que
intentan ascender la montaña. Es el límite al que puede llegar el
helicóptero.
Nuestro campamento en Nido de Cóndores
Allí, en una tarde más ventosa y fría, y con un
respetable dolor de cabeza por mi parte, pudimos instalarnos y
empezar a fundir nieve para beber y cocinar. Estas actividades las
realizamos dentro de la tienda pues el frío invitaba a reducir al
mínimo la permanencia en el exterior.
La preparación de la cena en Nido de Cóndores
La noche fue similar a la pasada días
antes en Plaza Canadá (20 grados negativos al menos) pero
descansamos mejor. Dado que al día siguiente no teníamos prisa, no
empezamos la actividad hasta que el sol no alcanzó las tiendas. Con
el agua que habíamos fundido el día anterior (guardada en termos y
dentro de los sacos para evitar que se congelara) desayunamos, y
después recogimos y reanudamos la subida con el mismo paso lentísimo
e idéntico peso a la espalda.
Subiendo desde Nido de Cóndores al campamento Cólera
Los restos del refugio Berlín
Alcanzamos el Campamento Cólera a las
cuatro y cuarto (5.970 metros). Es un paraje extraño y fascinante:
una explanada relativamente grande a la que llegas bruscamente tras
superar un resalte rocoso, en la que por la derecha (sur) se eleva la
ladera de la montaña, pero que en los otros lados está cerrado por
una serie de elevaciones rocosas de distintos colores: blanco
(inmaculado), rojizo, negro... En este lugar está el refugio Elena,
construido con la donación de la familia de una andinista italiana
fallecida en 2009, y que constituye el último punto de posible
asistencia en la montaña (está terminantemente prohibido su uso
salvo en caso de emergencia). Había escasamente dos o tres tiendas
montadas, y nosotros nos instalamos en su extremo norte.
Refugio Elena
Nuestro campamento en Cólera
Hacía una
tarde tan buena que empezamos a comer y tomar algo en el exterior,
por primera vez en toda la expedición. Conforme declinó el sol la
temperatura bajó y terminamos cenando una vez más dentro de la
tienda. Había cierto nerviosismo mientras repasábamos los últimos
detalles y preparativos para el día siguiente, mirando la ladera:
Piedras Blancas, Piedras Negras, la pirámide somital... Finalmente,
a la caída del sol, nos metimos en los sacos para intentar descansar
un rato. No fue una noche especialmente placentera, pero dormimos a
ratos.
El despertador sonó a las cuatro y
media. La temperatura era similar a los días previos (18 bajo cero)
y apenas soplaba viento. Cuando sacamos la cabeza fuera de la tienda
vimos un cielo estrellado sin sombra de nubes. Todo estaba a nuestro
favor y la montaña se abría ante nosotros. Terminamos los
preparativos y unos minutos antes de las seis de la mañana empezamos
a caminar cuando por oriente empezaba a insinuarse cierta claridad.
El momento de empezar la ascensión desde Cólera
Nos notábamos abrigados y calientes, pensando en que el material
respondía a la perfección a las exigencias del ambiente. Subíamos
muy lentos, con ese paso que algunos llaman “paso paradiso” y que
en África describían como “pole pole”, la única forma que se
puede uno mover a esa altitud, pero que te permite ganar altura de
forma inexorable.
Las primeras luces del día
Y así superamos los sorprendentes paisajes de las
Piedras Blancas y las Piedras Negras, viendo salir el sol, que iba
iluminando una inmensa extensión de montañas en todas direcciones.
Y frente a nosotros, una vez en nuestra experiencia de ascensiones a
cumbres de gran altitud, la sombra triangular que dibujaba en el
cielo la montaña.
La sombra del Aconcagua en el horizonte en el momento del amanecer
Tras unas tres horas alcanzamos el
destruido refugio de Independencia (6.377 metros), absolutamente
inutilizable (luego nos han explicado que se ha decidido no mantener
en condiciones ningunos de los refugios porque los montañeros en
apuros se refugiaban en ellos y, como aquí las tempestades pueden
durar días, el efecto final era negativo pues se iban debilitando y
no se les podía socorrer, lo que finalmente condicionaba su
fallecimiento). Allí nos pusimos los crampones, con los que
tendríamos que mantenernos en todo momento hasta que a la bajada
volviéramos a este punto.
Alcanzamos el helado Portezuelo del
Viento e iniciamos el largo flanqueo ascendente en dirección a la
canal que se abre en la cara oeste de la cumbre, pasando junto al
Peñón de Martínez y llegando finalmente a la Cueva, lugar habitual
de descanso sobre los 6.600 metros, a la entrada de La Canaleta.
Flanqueo desde el Portezuelo del Viento hacia La Canaleta
El
ritmo iba haciéndose más lento, pero aún regular, habiendo pasado
hacía rato de un ciclo respiratorio por paso a dos e incluso tres
para cada uno de ellos. En la Cueva la saturación de oxígeno de los
miembros del grupo oscilaba entre 58 y 62 %.
La Canaleta es para mi, y en general en
el mundo de la montaña, un lugar mítico. Es una canal amplia de
piedra suelta sin un sendero claro, conocida por su dureza, impuesta
por la altura y el inestable terreno. Desde hacía muchos años
cuando en la carretera de Tortosa a Flix cruzaba el puente sobre El
Canaleta, siempre me acordaba del Aconcagua. A partir de ahora el
pensamiento será distinto. ¡Y vaya si es dura! Subir esos
trescientos metros de desnivel, nos costó muchísimo. Hubo momentos
de duda sobre si podríamos llegar arriba, cada paso era agónico,
con cuatro o cinco ciclos respiratorios para tomar la decisión de
elevar la pierna, y la progresión hacia la parte superior
inapreciable. Uno de los factores determinantes de la dureza era la
imposibilidad de coger un ritmo, con los crampones en los pies,
piedras sueltas que se derrumbaban, trozos helados, pendientes
variables...
La Canaleta desde La Cueva
Ya relativamente cerca de la parte alta Mar propuso
dividir lo que quedaba en cuatro “etapas”: hasta el pequeño
collado en el Filo del Guanaco (cresta que une las cimas sur y
norte), hasta la entrada en la diagonal, hasta el final de la
diagonal y la cresta final. Ese sistema suele ayudar y además en esa
parte el suelo estaba más nevado, lo que facilitaba la progresión.
Y así vimos que por detrás nuestro la cima sur quedaba por debajo,
que las rocas de la cumbre se acercaban, y que finalmente, poco
después de las dos de la tarde (8 horas caminando), trepábamos una
especie de escaleras y ante nosotros se abría la amplia explanada de
la cumbre, la cruz, y montañas en todas direcciones... ¡la cima!
La emoción se desbordó, hubo lágrimas
y abrazos. Había costado tanto, llevar el esfuerzo y la voluntad la
límite, ignorar durante varias horas la petición del cuerpo, de los
pulmones, de parar, de no dar un paso más. Decir que nunca me había
sentido tan feliz en una cima puede que sea exagerado, pero después
de haberme tenido que bajar de la del Muztagh Ata precipitadamente
sin poder estar en ella un rato tranquilo, estar una hora mirando en
todas direcciones, identificando el Mercedario, el Juncal, el
Tupungato...recorriendo con la vista las quebradas por las que
habíamos llegado hasta la montaña, la Plaza de Francia, en la que
estuvimos uno días antes, asomándonos al fascinante abismo de tres
mil metros de la cara sur, localizando el final del glaciar de los
Polacos... Estuvimos una hora así, que se pasó en un suspiro.
El filo del Guanaco, que une la cumbre con la cima sur (al fondo)
No
hacía viento y no sentíamos frío, no nos habríamos marchado
nunca. Hubo un momento en que al agacharme a coger algo del suelo me
dio uno de esos pequeños mareos tan frecuentes, pero al incorporarme
tuve una sensación extraña y sobrecogedora: no podía ser que yo
estuviera allí y que ese lugar fuera el lugar que era. Es difícil
de explicar, pero fue la verdadera sensación de que estaba en un
lugar extraordinariamente especial.
El Portezuelo del Viento
Pero había que bajar. Al principio
costó también descender, por lo incómodo del terreno y por la gran
fatiga que padecía el cuerpo. Perdimos altura poco a poco y llegamos
a La Cueva, donde descansamos, al Peñón Martínez y al Portezuelo
del Viento.
El refugio Independencia desde el Portezuelo del Viento
En Independencia nos quitamos los crampones y, más
cómodos y notando cada vez más la inferior altura, alcanzamos
Cólera y nuestras tiendas. Pese a la lasitud que nos invadía,
preparamos bebida y algo de cena, y nos fuimos a descansar en los
sacos. Terminaba así un día único, que difícilmente olvidaremos,
en el que fuimos capaces de responder a la invitación que el
Aconcagua nos había hecho y creo que nos mostramos dignos de
alcanzar el paraje sin igual de su cima poniendo por nuestra parte
todo lo que nuestros cuerpos son capaces de dar persiguiendo un
sueño.
El día siguiente no tuvo mucha
historia. Por la noche descansé poco, pues los ocupantes de unas tiendas junto a
las nuestras, japoneses creo, se levantaron muy pronto para intentar
a su vez la cima, y no tuvieron el más mínimo respeto por los que
dormíamos.
Salida muy cargados desde Cólera
Luego bajamos también muy cargados hasta Nido de
Cóndores, donde charlamos con los miembros de la Policía de Montaña
que estaban allí (les invitamos a jamón serrano, muy codiciado por
aquí, y ellos nos dieron mate), y a Plaza Canadá, donde desmontamos
la tienda que teníamos, y porteando entre dos un petate con todo lo
que teníamos en ese campamento, llegamos hasta Plaza de Mulas muy
contentos.
Con los policias de montaña en Nido de Cóndores
Porteando desde Plaza Canadá al campamento base
Toda la gente de aquí nos ha seguido
tratando de maravilla, nos han felicitado por la cumbre y se han
alegrado de nuestra alegría. Terminamos la mañana con una
encantadora comida a base de empanadas argentinas y fiambre español,
compartida con todo el personal del campamento base (Gigi, Ana,
Julieta, Fede, Bruno, Nico... y otros que no conocíamos) y con Abdul
y su guía, Andrés el Turco (únicos miembros de una expedición de
17 que había llegado al Plaza de Mulas con nosotros, y cuyos otros
miembros se habían retirado hacía días) que habían coronado unos
minutos después que nosotros. La única actividad fundamental que
faltaba era llamar a Valencia y tranquilizar a nuestras familias
informándoles que que estábamos bien. Sin duda para ellos que
hubiéramos o no hecho cumbre ocupaba un lugar absolutamente
secundario.
La gente del campamento base
La aventura llega a su fin. Ya hemos
mandado nuestro equipaje hacia bajo con unas mulas y mañana muy
temprano bajaremos nosotros: Confluencia, Puente del Inca, Mendoza,
Buenos Aires, Madrid y finalmente nuestra casa en Valencia. Y el
martes Mar, Alex y Miguelo a estudiar y yo a intentar aterrizar en un
trabajo en el que han pasado tantas cosas este mes que va ser difícil
situarme.
Muchas gracias a todos por vuestro
interés. Hasta la próxima.