12 de octubre de 2016

2016: ASCENSION CONMEMORATIVA AL MONTE PERDIDO



Desde hace unos años las circunstancias de la familia hacen que nuestra actividad en montaña todos juntos sea menos frecuente. Desde la última expedición en el Aconcagua (en la que en realidad tampoco estuvimos los seis), hemos hecho algunas cosas, pero normalmente sólo las hemos podido llevar a cabo algunos de los miembros del “equipo”, pues las circunstancias de trabajo, viajes... impedían que pudiéramos reunirnos como nos habría gustado. Sin embargo este verano, a principios de julio sí que hubo un momento en el que nos juntamos todos y fuimos a la montaña. Se trataba una circunstancia un poco especial, celebrar los 40 años del momento en que yo alcancé por primera vez la cumbre del Monte Perdido, en la que fue mi primera actividad de alta montaña, y que a la postre fue probablemente el inicio real de mi afición.
Y por ello el pasado día 3 de julio hicimos cumbre nuevamente en el Monte Perdido. En realidad luego he comprobado que el día de cumbre en 1976 fue el 4, pero esa diferencia de un día no tiene en realidad mayor importancia...
De los seis que íbamos aquel día, actualmente sólo yo sigo haciendo montaña asiduamente. Iñaki, Angel y Felipe continuaron unos años con la actividad, aunque ahora ya hace bastante que no la practican. Luis y Juan no han practicado el montañismo desde entonces, y perdí el contacto con ellos prácticamente aquel mismo año, al terminar en el colegio.
Los cuatro del 76, cuarenta años después: Angel, Felipe, Miguel y Luis
Cuando  en noviembre del año pasado se me ocurrió subir de nuevo al Monte Perdido el mismo día 3 de julio para celebrar el aniversario, primero se lo planteé a los amigos con los que tengo más contacto actualmente, pero pronto pensé en decírselo a Angel y Felipe, con los que me veo de vez en cuando. Hablando con ellos, pensamos entonces en buscar al resto del grupo. Angel habló con Iñaki, pero resultó que él no podía en esas fechas, y yo localicé gracias a Internet a Luis. Con Juan no hemos conseguido contactar, pese a haberlo intentarlo por distintos caminos.
Y ya puesto en el asunto, invité a diversos círculos de amigos a unirse a lo que me planteaba como una especie de fiesta. En febrero ya reservé plazas en Góriz, en previsión de que pudiera haber problemas de sitio (como finalmente sucedió) y a lo largo de los meses se fue concretando el grupo. Finalmente éramos 23: los cuatro de entonces (Luis, Felipe, Angel y yo), cinco de mi familia (Alicia, Berta, Miguelo, Alex y Rober), siete amigos de mi grupo actual (Martina, Gabi, Nino, Fernando, Christian, Manolo y Marian), tres de sus hijos (Paula, Lucía y Javi),  tres de los compañeros de Nino en sus travesías por el GR 10 (Carlos, Juan Carlos y Jorge) el hermano de Marian, Jose.
Todo el grupo en el momento de iniciar el camino en la Pradera de Ordesa
Plantearse hoy en día subir al Perdido, además de que ya no nos supone las dificultades de preparación física o técnica que nos preocupaban entonces, es además bastante más cómodo. El viaje en tren y autobús de más de 24 horas se reduce a unas 5, y además tenemos menos limitaciones económicas, con capacidad para hacer frente a los aspectos logísticos: dormir en refugio y comer en distintos tipos de establecimiento, sin tener que acarrear comida, por ejemplo.
También nuestra indumentaria ha cambiado radicalmente y la ropa vieja de entonces ha sido sustituida por otra técnica y mucho más cómoda y adecuada. Pese a que este año la montaña tenía bastante más nieve de lo habitual, por lo que tuvimos que organizarnos para llevar el material adecuado para todos, no hubo problema para ir equipados de forma correcta, y desde luego radicalmente distinta a la del 76.
Aspecto de la parte final de la ascensión
Salimos de Valencia el viernes a mediodía y tras un viaje sin más incidentes que el corte de la carretera de Monrepos que padecieron Berta y Rober durante un par de horas a consecuencia del accidente de un camión, nos reunimos en Torla. Allí habíamos reservado en el refugio Lucien Briet y cenamos en el restaurante del propio refugio. La velada, relativamente breve por estar cansados del viaje después de una semana de trabajo, fue divertida, contando batallitas del abuelo cebolleta, y empezando a ver que el grupo, pese a lo dispar, podía funcionar muy bien. Finalmente durante la noche algunos comprobaron que entre nosotros el roncosaurio era una especie aceptablemente representada.
Al día siguiente, tras preparar las mochilas y algunas compras de última hora, cogimos el autobús hacia la pradera der Ordesa. Berta y Rober subieron un poco más tarde, liados con algunos trámites para la obtención de su visado para Australia.
En la pradera, después de bajar del autobús
La subida por Ordesa empezó con un susto. Alicia, con el movimiento de colocarse la mochila, se hizo daño (probablemente se le rompió una costilla dañada en una caída una semana antes) y cuando no llevábamos ni 100 metros recorridos, tuvimos que parar porque no podía seguir. Tras esperar para ver si se le pasaba, finalmente pudo reanudar el camino, aunque tuvimos que quitarle su mochila, cuyo contenido nos repartimos entre todos. Consiguió subir hasta el final, y así salvó con un  esfuerzo admirable la actividad para todos, que se habría visto seriamente comprometida de no haber podido seguir.
Una pequeña parte del grupo, más joven y con  más confianza en si misma, optó por subir por la Senda de los Cazadores, mientras el resto considerábamos que con el camino normal del fondo del valle teníamos bastante.
Los jóvenes de "Cumbres en Familia" en la cascada del Estrecho
Tras recorrer el valle, con las consabidas paradas en las cascadas y demás lugares característicos, llegamos al Soaso, donde paramos a comer algo y descansar. Luego la mayoría se dirigió a subir por las clavijas, que todos superaron sin problemas, aunque unos con mayor soltura que otros. El resto subimos por el sendero, buscando llegar sin complicaciones. Y todos, incluido Manolo que tuvo que realizar un gran esfuerzo, llegamos al refugio antes del  atardecer.
Descansando en el Soaso
Las clavijas vistas desde el sendero
En las clavijas del Soaso
El circo del Soaso (visto más o menos desde la misma perspectiva que en la foto del 76)
Esa tarde hubo tiempo para el relax y la risa, incluido algo de yoga y varias cervezas. La cena trascurrió sin novedad, aunque constatamos que en Góriz quizás ya no se come como antes, cuando era unos de los refugios en que mejor se cenaba del Pirineo.
Por la mañana empezamos a caminar a las siete media. Sólo Alicia, Martina y Manolo decidieron quedarse. El resto formábamos una larguísima fila (alargada además por un grupo de vascos que aunque en algunos momentos parecía querer adelantarnos, no se decidía a ello), y subíamos a una marcha lenta, pole-pole, pero que nos permitió llegar sin agobios al Lago Helado en dos horas y media.
Allí procedimos a equiparnos (crampones, polainas...), para lo que Berta, Miguelo, Alex y Rober tuvieron que multiplicarse para ayudar a los menos habituados. Felipe decidió que no se veía en condiciones de seguir y se quedó allí.
Preparativos en el Lago Helado
Hasta cumbre la nieve era continua, con un paso sobre la Escupidera bastante más comprometido de lo habitual en estos últimos tiempos.  Continuamos la subida siguiendo la huella manteniendo la fila, para desesperación de algunos, que consideraban que al ir más rápidos tenían derecho a pedirnos que nos apartáramos.
Y finalmente alcanzamos la cima, con un tiempo espléndido y una vista magnífica, que invitaban a permanecer en ella un largo rato. Y allí nos bebimos una botella de cava de Requena para celebrar que 40 años después aún seguimos subiendo montañas.
Celebrándolo 40 años después
Luis en “regulares” condiciones, pero recuperando
 
En la bajada la mayoría fue “por libre”, pero afortunadamente hicimos dos cordadas con los que veíamos más inseguros. Y digo "afortunadamente", porque así evitamos posibles problemas en un par de resbalones en la nieve sobre la zona de la Escupidera.
Terminada la zona difícil, un poco por encima del Lago Helado, todos siguieron bajando hacia el refugio, mientras la familia (Berta, Miguelo, Alex, Rober y yo) nos desviábamos para subir al Dedo del Monte Perdido, unos de los tresmiles de la zona que no habíamos coronado aún. Con la dirección de cordada de Rober todos alcanzamos una cumbre, secundaria pero hermosa, y con una vista estupenda sobre la cara Norte del Perdido, que Fernando y yo habíamos subido hace más de 20 años.
Camino del Dedo del Monte Perdido
Cumbre en el Dedo del Monte Perdido: Berta y Alex
Cumbre en el Dedo del Monte Perdido: Miguel, Miguelo y Rober
La cena en el refugio, contentos por lo alcanzado, fue un rato magnífico, en el que nos lo pasamos muy bien en un grupo diverso pero estupendo.
Tras una segunda noche en la que algunos disfrutaron más que otros de los potentes trinos de algunos de los allí alojados, por la mañana llegó el momento del regreso. Alicia, Berta, Rober y yo íbamos a continuar en el refugio unos días más haciendo actividad, pero el resto se aprestó para volver a Valencia.
Los del 76: Luis, Miguel, Angel  y Felipe
Los que habían subido al Perdido por primera vez: Lucía, Marian, Carlos, Jorge, Christian, Rober, Berta, Miguelo, Gabi, Alex, Juan Carlos, Javi, Nino y Paula
Los que habían subido a su primer tresmil: Marian, Lucía, Carlos, Jorge, Javi y Paula
Y todo el grupo: Jose, Christian, Marian, Miguel, Alicia, Manolo, Martina, Lucía, Carlos, Gabi, Fernando, Jorge, Berta, Rober, Javi, Felipe, Juan Carlos, Paula, Angel,  Nino, Luis, Alex  y Miguelo