En 1976 yo tenía 17 años. Hasta
ese momento mis actividades en montaña se reducían a excursiones familiares
cuando vivíamos en Huesca (nos trasladamos a Valencia cuando tenía 11 años) y excursiones
y campamentos con el colegio o con los scouts. Por nuestra cuenta nuestra
experiencia se reducía a un par de salidas en los alrededores de Valencia,
incluida una pequeña marcha por la zona de Chelva el verano anterior, que acabó
truncada por una multa por acampar sin permiso. Es anecdótico que de la sanción
correspondiente fuimos indultados con motivo de la muerte de Franco.
Aquel verano decidimos ir primera
vez de “acampada” (como lo llamábamos entonces) por nuestra cuenta a los Pirineos.
Nuestra experiencia real de montaña era pues prácticamente nula, y pensar en
subir a una montaña de más de tres mil metros como el Monte Perdido nos suponía
un reto de grandes proporciones. Además lo único que sabíamos era que se subía
por el valle de Ordesa (que yo conocía de excursiones familiares cuando vivía
en Huesca) y lo que del refugio me había contado mi padre que estuvo allí una
vez en mayo de 1970, invitado como “autoridad” a algún acto oficial cuyo
contenido no recuerdo. A él lo llevaron en helicóptero y siempre me había
impresionado lo que contaba del lugar y de los montañeros que allí había visto.
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Mi padre delante de Góriz en Mayo de 1970
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De la montaña y de cómo se subía
no teníamos prácticamente ningún dato. Desde luego no había Internet y como
mucho tendríamos algún mapa de la editorial Alpina (de eso no estoy seguro,
pero algo debíamos tener). Sólo había algunas postales de Ordesa de mi padre
que yo consultaba constantemente para intentar adivinar en la pared del Soaso
por dónde podía subir ese sendero que al parecer había y que llevaba al refugio
evitando esas temibles clavijas.
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La postal del Soaso de mi padre, en la que se adivina el sendero a Góriz
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Góriz en los años setenta
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Los expedicionarios finalmente éramos
cuatro de los multados el año anterior, Luis, Felipe, Ángel y yo, y dos que
venían por primera vez, Juan e Iñaki. Todos éramos compañeros de colegio desde
pequeños y teníamos los 17 años recién cumplidos (es posible que alguno incluso
aún no los tuviera, pero no recuerdo todas las fechas de nacimiento).
En la noche del día 30 de junio
al 1 de julio salimos de Valencia hacia Zaragoza en “el nocturno”, tren que
salía a las 12 de la noche y que llegaba a Zaragoza sobre las 8 de la mañana,
bastante más rápido que las 11 horas que tardaba “el borreguero” diurno. Desde
allí continuamos en tren hasta Huesca, donde nos vimos con Juan Gorgues, médico
forense al que conocía de cuando viví allí con mis padres, y que por su
carácter de apasionado pescador en los ríos del Pirineo pensábamos que nos
podría ayudar con lo que más necesitábamos: información. Él nos dijo que
contactáramos con un amigo suyo, dueño de la Fonda Viu, en Torla. En realidad no
recuerdo si nos dio alguna información más que nos fuera de utilidad.
Lo que sí averiguamos fue que no
había ningún medio de transporte público que llegara hasta Torla. Por ello
decidimos ir hasta Biescas, el lugar más próximo a nuestro destino al que
llegaba el autobús, pensando en que al día siguiente ya veríamos como continuábamos
el camino.
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En el camping de Biescas: Miguel, Iñaki, Juan, ¿Felipe? Y Angel
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Esa tarde, estando en el camping,
llegó una familia que enseguida vimos que no sabían ni cómo montar su tienda
(nos dijeron que se la habían prestado unos amigos y que era la primera vez que
iban de camping). Nos ofrecimos a ayudarles y eso dio lugar a que hablando con
ellos se enteraran de nuestro problema de transporte. Agradecidos por la ayuda
recibida, se ofrecieron a llevarnos hasta allí al día siguiente, pero sólo
podían llevar a cuatro en el coche. El resultado fue que por la mañana nos
llevaron a Felipe, Juan, Iñaki y a mí, mientras Luis y Angel (si no recuerdo
mal) hacían autostop. Les cogieron relativamente pronto, pero lo que paró fue
un camión que se ofreció a llevarles en la caja. El problema era que en ésta
aún quedaban restos de su última carga: estiércol.
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Y en el de Torla: Luis, Juan, Miguel e Iñaki
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El día siguiente lo pasamos en
Torla, donde poco de utilidad obtuvimos de hablar del dueño de la fonda VIU al
que acudimos según nos había indicado Juan Gorgues. El día 2 de julio subimos a
Góriz en un día gris. Llegados al Soaso, desde nuestra inconsciencia y audacia
de nuestra excesiva juventud, después de haberlo pensado tanto, terminamos
subiendo por las clavijas, que nos parecieron más asequibles de los que
pensábamos al imaginárnoslas en Valencia.
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Por encima del circo del Soaso, camino de Góriz: Luis, Felipe y Juan
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Después de la noche en el refugio
(los escasos recuerdos se mezclan con los de otras muchas noches posteriores en
el mismo lugar), y el día 3 atacamos la cumbre. Nuestro material era escaso:
sólo yo llevaba unas botas de cuero (unas Kamet de Boreal que había estrenado
unos días antes), el resto iba con botas Chiruca o con botas de soldado.
Nuestra ropa era también limitada (Luis sólo tenía una cazadora vaquera).
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Cuño que se ponía en las postales
que enviabas desde el refugio,
lo que
nos pareció el colmo de lo exótico
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Salimos del refugio tarde (eso de
madrugar aún era un concepto desconocido) y con un tiempo regular: había
momentos en que llovía y estaba totalmente cubierto. Probablemente era un día
en el que hoy en día no habríamos ni empezado la ascensión. Aún así desde
nuestra inexperiencia empezamos a subir y recuerdo que aún se veía en refugio
cuando ya pensábamos cuantos cientos de metros habíamos ganado (ahora sé que
desde ese punto apenas habríamos subido 100). Por encima del Lago Helado
dudamos varias veces si debíamos retirarnos. Los anoraks que teníamos apenas
nos protegían de la lluvia y Luis llegó a coger una bolsa de basura (recuerdo
que era azul) y haciéndole tres agujeros la convirtió en su impermeable sobre
la cazadora vaquera. Prácticamente no tengo otros recuerdos ni de la subida ni
de la cumbre (nebulosas imágenes de la zona entre el lago y la cumbre), y las
fotos que hicimos muy limitadas, por lo que apenas soy capaz de reproducir la
experiencia (de hecho sólo hay tres en color, una foto era algo muy valioso
entonces). Por no saber no sé con seguridad si todos llegamos a la cumbre (yo
sí que llegué).
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Subiendo hacia el lago Helado: Luis, Iñaki, Felipe y Juan
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Llegando al refugio empapados: Angel y Miguel |
De regreso al refugio, por la
tarde continuamos bajando hasta Torla. El día siguiente permanecimos allí un
día descansando.
Decidimos continuar la aventura pasando a Francia por
las montañas (el mero hecho de cruzar la frontera ya tenía mucho de aventura).
El día 6 fuimos hasta Bujaruelo, donde dormimos en el pajar del edificio que
allí había en aquel momento, mezcla de cabaña de pastores, refugio y puesto fronterizo.
Yo recuerdo que pase la noche fuera pues me daba miedo dormir en un sitio en el
que el polvo me podía desencadenar un ataque de asma, algo a lo que entonces
temía mucho. En aquel lugar también había un campamento del colegio de marianistas
de San Sebastián, donde conocían a alguno de nuestros profesores en Valencia.
Uno de ellos nos dijo que en Gavarnie preguntáramos por un conocido suyo que
trabajaba en un hotel.
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Subiendo hacia el Puerto de Bujaruelo
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En lo alto del Puerto, ya el Francia: Juan, Angel e Iñaki
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Por la mañana pasamos el puerto
de Bujaruelo (o para las franceses de Gavarnie o de Boucharo), y al llegar a
Gavarnie el interfecto amigo resultó ser el cocinero del Grand Hotel, que nos
dejó dormir en el garaje (algunos encima de la mesa de ping-pong), y nos dio
para cenar restos de la cocina del establecimiento.
Al día siguiente decidimos seguir
adentrándonos en Francia en autostop, pero apenas conseguimos avanzar 20
kilómetros hasta Luz-Saint-Sauveur. Por la noche como prácticamente no teníamos
nada para cenar, recorrimos el pueblo comprando una barra de pan en cada bar,
donde entrábamos a pedir diciendo que no teníamos ninguna, mientras uno
esperaba fuera con las que ya teníamos. De esta forma conseguimos varias para
la cena.
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Paseando por Gavarnie
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En ese momento nuestra
resistencia física y sobre todo mental estaba agotada y nos entraron súbitas
prisas por volver a Valencia. Decidimos intentar llegar a Zaragoza cuanto antes
para regresar, incluso si fuera posible esa misma noche en el tren nocturno.
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Cruzando el Puerto, al regreso: Felipe, Miguel y Luis
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Salimos de Luz en un autobusito
que nos llevó hasta Gavarnie. De allí andando cruzamos el puerto de Bujaruelo.
Durante la subida nos ordenábamos por parejas según la suerte que cada uno
había tenido haciendo dedo: más atrás (y en teoría a los que primero pararían)
se colocaban los que habían tenido hasta ese momento peor suerte (y habían
caminado más). La fortuna era cruel, y los coches pasaban de largo y finalmente
se decidían al alcanzar a los que iban delante (Angel y Luis). Finalmente a varios
nos subieron en un Land Rover, que resultó ser de la gendarmería (con el
consiguiente susto inicial). Desde el collado bajamos a Bujaruelo, donde
nuestros amigos del campamento nos dieron para comer lentejas de las que les
habían sobrado, y luego salimos rápidamente hacia Torla, trozos andando y
trozos a dedo. Allí un taxi llevó a cuatro hasta Sabiñánigo (los otros dos
fueron en autostop), y cogimos el tren a Zaragoza. Toda una carrera intentando
llegar para coger el nocturno, para encontrarnos que ese día no había (era sólo
tres veces por semana). Después de tantas prisas, tuvimos que pasar la noche en
la estación para coger el borreguero al día siguiente. Por la noche estuve
primero dando vueltas por Zaragoza buscando un bar abierto para que Iñaki
pudiera tomarse una botella de agua de Vichy (terminamos en el del Hotel Corona
de Aragón, el de más lujo de la ciudad y el único abierto), pues le había
sentado mal tanto movimiento y comida irregular (en realidad lo atribuíamos a
haber bebido mucho agua de montaña, sin sales, y ese fue el origen de nuestra
obsesión posterior por tomar siempre agua con litines al ir a Pirineos,
costumbre hoy afortunadamente ya abandonada). La noche en la estación fue larga
e incómoda y el viaje en el tren más todavía.
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Miguel “durmiendo” en la estación de El Portillo
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En total diez días intensos e
inolvidables, en los que una de las sensaciones principales fue el hambre que
pasamos. Debíamos dar mucha pena, porque allá donde íbamos nos invitaban a
comer, llegando incluso una pareja que conocía al padre de Luis de su trabajo a
pagarnos la cuenta del supermercado (agregando muchas cosas por su cuenta a la
cesta, que para nosotros fueron manjares especiales).
30-06- Valencia (24 h)
01-07- Valencia-Zaragoza-Huesca-Biescas
02-07- Biescas-Torla
03-07- Torla-Goriz
04-07- Goriz-Monte Perdido-Goriz-Torla
05-07- Torla
06-07- Torla-Bujaruelo
07-07- Bujaruelo-Gavarnie
08-07- Gavarnie-Luz
09-07- Luz-Gavarnie-Bujaruelo-Torla-Sabiñánigo-Zaragoza
10-07- Zaragoza-Valencia
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