26 de junio de 2011

RUTA DEL VIAJE

  
Para todos los jóvenes fue el primer salto del charco y llegamos a Quito un poco impactados por el aterrizaje en un aeropuerto rodeado de montañas y de casas hasta el mismo borde de la pista. La primera visión del Cotopaxi fue un momento intensamente emocionante. Al aterrizar nos esperaba César, que fue nuestro guía durante toda la estancia en el país. Nos hicimos muy amigos y aún mantenemos contacto y ha venido a nuestra casa en alguna ocasión en que ha estado por Europa.

Tras un día de turismo en Quito (inicio de la aclimatación, pues está a 2.800 metros de altura), el Guagua Pichincha y el Corazón (4.794 y 4.788 metros respectivamente) fueron dos cimas ascendidas en dos días consecutivos y que sirvieron de aclimatación y primer contacto con los volcanes de los Andes, permitiéndonos a todos alcanzar nuestra mayor altura hasta ese momento.

Al bajar del Corazón fuimos directamente a Machachi, donde nos alojamos a la muy agradable Hacienda La Estación. La llegada a la habitación donde estaba encendida la chimenea, después de haber bajado de la montaña bajo la lluvia fue un momento mágico.

Al día siguiente subimos al campamento de altura (4.000) del Iliniza. La subida de madrugada fue dura por el frío y cuando llegamos al refugio Nuevos Horizontes a 4.800 metros Alicia decidió que se quedaba. Allí, acompañados de Edu, un alicantino al que habíamos conocido en el refugio, subimos a la cumbre: ¡nuestro primer cinco mil! Alcanzábamos objetivos que antes parecían si no imposibles, al menos improbables.
 
Tras descansar un día en la misma Hacienda la Estación fuimos hacia el Cotopaxi. Al grupo se unieron Marcial y Edgar, dos guías ecuatorianos. La verdad es que cada paso adelante nos suponía un creciente nerviosismo.

Subimos a “dormir” al refugio José F. Rivas, a 4.800 metros. Allí hicimos unas pruebas de escalada en hielo y tras un rato en la litera nos levantamos a la una para empezar la subida. Cuando salimos del refugio ya soplaba un molesto viento, pero con el paso de las horas, y mientras ganábamos altura poco a poco, fue arreciando hasta llegar a una intensidad tal que dificultaba el mantenerse de pie. El frío (20º bajo cero), el viento de más de 100 km/h, la oscuridad, la fatiga... todo fue haciendo mella en nuestro ánimo y primero Berta y Alicia (sobre 5.500 metros), y luego los dos Migueles (a algo más de 5.600) decidieron retirarse. Alejandro aguantó el tirón, y justo al amanecer vivió el emocionante momento de asomarse al cráter, alcanzando la cima a  5.897 metros.

Tras estas horas intensas, nos dirigimos a Baños para pasar un par de días de descanso. Teníamos una sensación ambivalente. Alex estaba feliz y los demás intentábamos asimilar  lo sucedido. Quizás el que peor lo llevaba era Miguel padre, que sentía grandes dudas sobre si aquello podía significar el límite de nuestras posibilidades.

Tras visitar la ciudad y hacer una excursión por el valle del río Pastaza, que incluyó un viaje en taribita, dos días más tarde nos dirigimos al Chimborazo. Ahora los nervios eran aún más intensos. Significaba intentar un seismil y de lo que allí sucediera dependía mucho de lo que pudiéramos pensar finalmente del viaje.

Pasamos la noche (una mínima parte) en el refugio Whymper, a 5.000 metros de altura y a las 11 de la noche iniciamos la subida. Alicia tuvo que quedarse en el refugio por un cuadro de vértigo probablemente desencadenado por la altura.

Hacía también mucho frío (unos 20º bajo cero) pero no había viento, por lo que las sensaciones eran muchos más benignas que en el Cotopaxi. Progresamos poco a poco en la oscuridad ganando metros y notando la enorme fatiga que condiciona la hipoxia. Paso a paso, a unos 100 metros por hora nos elevamos por el glaciar. Poco antes del amanecer, a unos 5.800 metros Miguel hijo, muy fatigado, decidió bajar. Los demás continuamos hasta la cima Veintimilla (antecima a 6.280 metros en la que muchos dan por finalizada la subida) y desde allí hasta la cumbre principal. A 6.310 metros Berta, Alejandro y Miguel, acompañados de Marcial y César, nos abrazamos muy emocionados. Un momento grande. La bajada fue larga y llegamos al refugio después de más de 14 horas de actividad.
 
El viaje, tras regresar a Quito, se completó con un viaje hacia el norte, a conocer Otavalo y su mercado de acentuadísimo aire local, y una estancia de relax en la selva amazónica, en la zona del río Napo. Toda una experiencia en un lugar fascinante, incluyendo viajes en canoa, estancia en un “hotel” al que sólo se puede llegar por el río y descenso de varios kilómetros del río Napo sobre neumáticos de camión.

La última actividad del viaje, ya durante el viaje de regreso a Quito, fue un baño en las Termas de Papallacta, donde disfrutamos de agua en el límite de la tolerancia, a casi cuatro mil metros de altura , y con el imagen del Antisana y sus glaciares dominando el paisaje.

Regresamos a casa cansados, pero con la intensa convicción de que algo importante había cambiado en nuestra vida. Dos cuatromiles, dos cincomiles y un seis mil para la familia, con Alejandro haciendo un pleno con las cinco cumbre y todos alcanzando nuestra cumbre de mayor altura, ¡todo un éxito!

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