52 años (28-02-59), padre, montañero, y además médico oncólogo.
Desde muy joven he ido a la montaña, de niño dentro de grupo juveniles de distinta índole y desde los 16 años por mi cuenta. Cuando en 1976 alcancé, en condiciones precarias, la cima del Monte Perdido, mi primer tresmil, comenzó una carrera que no se ha interrumpido nunca.
Tanto es así que creo que puedo decir que la montaña es mi principal pasión, mi afición y mi vida. Y he tenido la suerte de poder unirla con el centro de mi vida: mi familia. Alicia ha sido mi compañera en todo, en la vida, en el día día y en el tiempo libre y la pasión. Y después mis hijos también han entrado de pleno en ello. Toda una suerte (o el fruto de un gran esfuerzo).
La lista de montañas que he ascendido durante estos 35 años es larga, y no veo mucha necesidad de destacar unas de otras, en España, en Europa o en el resto del mundo. Muchas sin duda deben considerarse fáciles, pues la dificultad no ha sido casi nunca para mí un objetivo en sí mismo. Pero considero especiales el Naranjo, la norte del Perdido, el corredor Swan o el canuto norte del Veleta. La más alta ha sido hasta ahora el Sajama (Bolivia, 6542 metros), y la más emotiva el Kilimanjaro (Tanzania, 5898 metros) con todo el grupo en la cima.
Las cumbres provinciales, recogidas en el que sin duda es el libro más caro y más especial de nuestra biblioteca, supusieron la entrada de mis hijos en la actividad, y ahora las cosas siguen yendo a más.
Intentar ascender al Muztagh Ata va a ser algo muy especial, y además hacerlo de una forma tan particular, lo va a ser aún más si cabe. Si nada se tuerce, habrá otras después. Muchas veces he pensado que no se podría esperar mucho más y luego he podido ir aún más lejos.
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